-Cállate.
No podía parar de pensar y a la vez empecé a escuchar mil voces diferentes, estaban gritando y demostraban su dolor a cada sonido que salía de sus bocas.
No quería escuchar y cogí el primer vaso que encontré cerca. Lo tiré al suelo y de golpe un estruendo atormentó mis oídos. Cerré los ojos y vi a una niña cuyo cabello era negro y los ojos blancos. Era ciega y empezó a levantar sus brazos, con la mano tocó su pelo. No podía observarlo bien pero si, era verdad. Esa niña se arrancó un mechón de su cabello aspero y enredado. Me giré, abrí los ojos. Por fin pude no verla pero al volver a cerrarlos la volví a ver pero con más niñas al lado. Un aire frio tocó mi piel, las pestañas se movían suavemente y los labios se cortaban a cada segundo más y más.
-¡IROS!
Volví a decirles algo a esas niñas locas, no sabían ni lo que hacían y empezaban a pegarse entre ellas. Una mano se vio lanzada hacia la nariz de la otra y la retorció. Gritó de dolor y a la misma vez le devolvió el daño a la otra.
Abrí de nuevo los ojos, y era ella. Mi madre, me preguntó que porque lloraba. Yo no me había dado cuenta, me toqué los ojos y los encontré húmedos con gotas cayendo hacia el cuello para abajo. En se momento sentí un escalofrio, cerré mi mirada y tuve suerte, esas niñas no volvieron a aparecer. ¿Fue mi madre? Esa mujer que me había dado vida me había vuelto a salvar de otra de mis muchas locuras. Estoy harta de no poderme curar yo a mi misma, de necesitar a otras personas y que muchas veces no podrán estar por mi.
Lo siento, siento haber molestado tu ser, quiero hundirme en mi miseria. Ella se fue, ya no estaba en esa cocina fría y blanca como la nieve en la montaña. Sentí algo, un ruido. Esa presión en el pecho, como si me hubieran dado un golpe, me guió hacia la ventana de mi habitación. Me hizo subir a la cama y me asomé por esa ventanita. Miré hacia el suelo, alguien me llamaba, me gritaba. No conseguía ver quien era, me dijo que mirara aun más, que ella estaba ahí, abajo esperándome. Salí más de lo previsto por la ventana y de golpe sentí el viento. Heché a volar como un gran pájaro y fui a ese lugar misterioso donde el dolor estaba presente, un ruido exclamó.
Lo siento, siento haber molestado tu ser, quiero hundirme en mi miseria.
No podía parar de pensar y a la vez empecé a escuchar mil voces diferentes, estaban gritando y demostraban su dolor a cada sonido que salía de sus bocas.
No quería escuchar y cogí el primer vaso que encontré cerca. Lo tiré al suelo y de golpe un estruendo atormentó mis oídos. Cerré los ojos y vi a una niña cuyo cabello era negro y los ojos blancos. Era ciega y empezó a levantar sus brazos, con la mano tocó su pelo. No podía observarlo bien pero si, era verdad. Esa niña se arrancó un mechón de su cabello aspero y enredado. Me giré, abrí los ojos. Por fin pude no verla pero al volver a cerrarlos la volví a ver pero con más niñas al lado. Un aire frio tocó mi piel, las pestañas se movían suavemente y los labios se cortaban a cada segundo más y más.
-¡IROS!
Volví a decirles algo a esas niñas locas, no sabían ni lo que hacían y empezaban a pegarse entre ellas. Una mano se vio lanzada hacia la nariz de la otra y la retorció. Gritó de dolor y a la misma vez le devolvió el daño a la otra.
Abrí de nuevo los ojos, y era ella. Mi madre, me preguntó que porque lloraba. Yo no me había dado cuenta, me toqué los ojos y los encontré húmedos con gotas cayendo hacia el cuello para abajo. En se momento sentí un escalofrio, cerré mi mirada y tuve suerte, esas niñas no volvieron a aparecer. ¿Fue mi madre? Esa mujer que me había dado vida me había vuelto a salvar de otra de mis muchas locuras. Estoy harta de no poderme curar yo a mi misma, de necesitar a otras personas y que muchas veces no podrán estar por mi.
Lo siento, siento haber molestado tu ser, quiero hundirme en mi miseria. Ella se fue, ya no estaba en esa cocina fría y blanca como la nieve en la montaña. Sentí algo, un ruido. Esa presión en el pecho, como si me hubieran dado un golpe, me guió hacia la ventana de mi habitación. Me hizo subir a la cama y me asomé por esa ventanita. Miré hacia el suelo, alguien me llamaba, me gritaba. No conseguía ver quien era, me dijo que mirara aun más, que ella estaba ahí, abajo esperándome. Salí más de lo previsto por la ventana y de golpe sentí el viento. Heché a volar como un gran pájaro y fui a ese lugar misterioso donde el dolor estaba presente, un ruido exclamó.
Lo siento, siento haber molestado tu ser, quiero hundirme en mi miseria.
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